"En
vez de luchar contra lo que nos aflige, simplemente asumimos hacia ello la
inocencia de una desprendida imparcialidad. A los sabios y los místicos les
gusta equiparar esta condición de testigos a la de un espejo. Reflejamos
cualquier sensación o pensamiento que surja, sin adherimos ni rechazarlos, de
la misma manera que un espejo refleja, perfecta e imparcialmente, cualquier
cosa que pase ante él. Como dice Chuang Tse: El hombre perfecto emplea su mente como un espejo, que nada aferra ni a nada se niega;
recibe, pero no conserva.
Si
de alguna manera consigue alcanzar este tipo de presencia desprendida (lo cual
exige tiempo), podrá considerar los sucesos que ocurren en el conjunto de su
mente y su cuerpo con la misma imparcialidad con que contemplaría las nubes que
pasan flotando por el cielo, el agua que se precipita en un torrente, la lluvia
sobre el tejado o cualquier otro objeto que apareciese en su campo perceptual.
En otras palabras, su relación con el conjunto de su mente y su cuerpo llega a
ser lo mismo que su relación con todos los demás objetos. Hasta ahora, ha
venido usando el conjunto de su mente y su cuerpo como algo con lo cual mira el
mundo. Por eso se apegó íntimamente a ellos y se ató a su limitada perspectiva.
Al identificarse en exclusiva con ellos, se encontró ligado y esclavizado a sus
problemas, sus dolores y aflicciones. Pero al mirarlos con persistencia se da
cuenta de que son meros objetos de la conciencia; de hecho, objetos del testigo
transpersonal. Tengo mente, cuerpo y emociones, pero no soy mente, cuerpo y
emociones".
Fotografía: Antonio Naranjo Ojeda, Reflejos al atardecer - Bañaderos Gran Canaria
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